Otra cosa tonta, la 21.
San Roque, San Roque…
Mi abuela me enseñó esta frase cuando era muy chica. Me sonaba rara porque nunca supe quién era ese tal San Roque y cómo lograba que ningún perro callejero me mirara ni se me acercara jamás.
No debía olvidar de cruzar los dedos mientras repetía esas palabras mágicas frenéticamente por un buen rato, desde que divisaba alguna figura canina amenazante hasta que su imagen quedaba lo suficientemente atrás para hacerme sentir a salvo.
San Roque, San Roque, que este perro ni me mire ni me toque.
Y funcionaba.
Hoy, unas cuantas décadas después, sigo repitiendo la misma frase pero ya no hablo de perro alguno. Hoy, ante la presencia sospechosa de un ser que pueda hacerme daño, cruzo los dedos, ocultándolos detrás de mi cartera o dentro de algún bolsillo y digo:
San Roque, San Roque, que nadie me mire ni me toque.
Qué ridiculez, pero lo digo, sobre todo cuando cruzo ese túnel bajo las vías del ferrocarril. Lo que no me explico es cómo logro balbucear esas palabras sin respirar. Porque a decir verdad, no me impulsa sólo el temor de ser dañada por algún extraño, sino la pavura de que ese aire apestoso, mezcla de orín y desinfectante-en-bidón-al-por-mayor, llegue a mis pulmones o recorra siquiera mi nariz.
Son unos 50 segundos que alcanzan perfectamente para cinco o seis San Roque, San Roque y para no morir en el intento de que ninguna molécula de ese oxígeno maloliente quede dentro de mí. Bajo la escalera de este lado, me apuro en el pasillo-túnel y subo del lado opuesto.
Vuelvo a la vida. Respiro. Me pregunto qué pasaría si tomara otra ruta, si no me arriesgara a pasar por un lugar que no me gusta, que me aterra, que me produce ese escozor de muerte durante 50 segundos.
Es simple, es igual que saber que si uno corta la zanahoria agarrándola así, mal y lo hace con ese cuchillo, está cantado que se va a cortar, pero uno no deja de cortar así, no abre el cajón y no busca otro cuchillo más adecuado, uno corta con ese no más y claro, estaba cantado, termina sangrando. Luego quizá dice, “hube de suponerlo” o algo similar, probablemente mal conjugado.
Porque algún día pasa lo que uno confió que nunca pasaría porque no, porque qué sé yo, porque San Roque, San Roque…