Había una vez...
...una niña muy pero muy soñadora. De tan soñadora no podía con
centrarse en ninguna actividad y por supuesto todo le salía mal.
Si la mandaban a hacer las compras, se olvidaba qué era lo que tenía que comprar. Si tenía que cuidar la leche en el fuego, todo se derramaba mientras ella suspiraba frente a la ventana. Si tenía que atender el timbre, la gente se iba pensando que no había nadie en casa porque nadie acudía al llamado.
Así pasaron los años, y esta incorregilbe niña creció. El problema es que siguió soñando y ya no se le disculpaban sus distracciones como cuando era pequeña. Ahora la gente se enojaba mucho y ella perdía sus trabajos, sus amigos, sus novios y nadie quería acercársele porque ella siempre estaba perdida en su mágico mundo de ensueño.
Un día, la niña sintió muchos deseos de sentarse a escribir su sueño y así fue como volcó sobre el papel muchas de las cosas en las que había estado pensando en los últimos años. Y así pasaron los días, las semanas y los meses mientras esta mujer solitaria se encerraba en su cuarto a escribir y a escribir. Hasta que un día, la madre muy preocupada por el comportamiento más que extraño de su hija, decidió echarle una mirada a sus papeles. Para su sorpresa, lo que su niña había escrito le sonó muy atractivo, le sonó genial. A escondidas, por miedo a que la niña se opusiera, llevó los escritos a una editorial y así fue como la niña se convirtió en una escritora muy reconocida y aclamada y la gente la empezó a querer. La misma gente que la había ignorado la buscaba y la rodeaba incesantemente.
La niña nunca entendió por qué todo el mundo cambió así. Ella nunca dejó de ser quien siempre fue y antes nunca nadie se había preocupado por preguntarle en qué pensaba todo el santo día.
Pues bien, pensaba en lo mismo que ahora atraía multitudes, sólo que no lo había dejado salir.
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